Sonsoles Lumbreras
Sol y viento, volcanes y mar infinito. Tierras áridas que supieron aprovechar sus habitantes gracias a los benévolos vientos alisios. Lanzarote, isla de contrastes. Eterno negro en el sur y sorprendente verde hacia el norte. Una vez más, me fascina su paisaje, fruto de una caprichosa naturaleza que perfiló su espectacular fisonomía en cada uno de sus rincones. Y Dios creó a César Manrique y éste decidió que el mundo entero debía conocer las maravillas que escondía su tierra. Pero Jesús Soto también reclamó su protagonismo y lo consiguió habilitando un túnel volcánico que increíblemente podemos recorrer admirando las formas y colores que la lava dejó a su paso.
Allí comenzó mi estancia en Lanzarote, de la que pude disfrutar gracias a esta página web y a uno de los mejores hoteles de la isla: el Hesperia Lanzarote de Puerto Calero. Siempre es más fácil gozar de los placeres del viajero si cuentas con una habitación con vistas espectaculares al mar, un desayuno exquisito y una sesión de relax en el spa del hotel. Pero, sin duda, lo que más agradezco es poder volver a este trocito de Canarias del que estoy enamorada desde hace varios años.
Tras nuestro recorrido por Cueva de los Verdes, qué mejor que una merecida comida en uno de los restaurantes más afamados de Arrieta: El Amanecer. Lanzarote deleita al visitante también con su gastronomía, que a pesar de su sencillez, utiliza la mejor materia prima para elaborar platos tan suculentos como mejillones al vapor, cherne a la plancha o las siempre deliciosas papas con sus mojos verde y picón. Siempre es un placer comer en Lanzarote.
Y volvemos a César Manrique, que consiguió la inmortalidad gracias a las asombrosas transformaciones arquitectónicas que hizo de los caprichos de la naturaleza lanzaroteña. La Fundación que lleva su nombre guarda celosamente su legado y sorprende al visitante por cómo Manrique consiguió también, en su propio hogar, esa simbiosis con el entorno natural de la isla. Una visita fugaz a Arrecife me sirve para constatar su imparable desorden urbanístico, pero también el inconfundible encanto que reside en su paseo de la Marina y en el Charco de San Ginés.
Al día siguiente, volvemos a sentir la bondad meteorológica de la isla y con un tiempo espléndido nos dirigimos hacia el noroeste. Nuestro destino: la caleta de Famara, otro de los asombrosos prodigios de la naturaleza lanzaroteña. Antes de llegar, parada obligada en Teguise, que conserva aún su antiguo esplendor como capital de la isla en siglos pasados, con casas palaciegas, iglesias y conventos que bien merecen una visita. Ya en Famara, disfrutamos del sol y de los alisios, cuya perfecta combinación consigue que nos deleitemos con un espectacular día de playa en pleno mes de noviembre. !Todo un lujo para los que venimos del frío peninsular!
En este precioso pueblecito de pescadores, cuyas calles se confunden con la arena de playa, también podemos probar el delicioso pescado fresco que se da en las aguas que rodean la isla. Esta vez, con vistas a la Graciosa y al risco de Famara en la terraza del restaurante El Sol, uno de los más conocidos locales del lugar.
Y, por fin, el sur de la isla nos espera en nuestro último día. Tras disfrutar del relajante spa del hotel, conducimos el coche hacia Playa Blanca, pasando por Femés desde cuyo famoso balcón podemos admirar las vistas del pueblo sureño y de la isla de Fuerteventura, que se impone en medio del Océano. Las curvas que conducen a este pequeño pueblo no arredran a los viajeros más intrépidos que, sin duda, han oído hablar de tan espectacular panorámica.
En playa Dorada volvemos a gozar de la generosidad del sol lanzaroteño, así como de su proximidad a la citada isla vecina y de su pequeño islote de Lobos, que parecen alcanzables con tan sólo unas brazadas. Por cierto, como buena amante del mar y de sus beneficios, decido adentrarme en el Océano Atlántico para comprobar que, a pesar del frío impacto del principio, la temperatura del agua aquí es excelente.
De vuelta a Puerto Calero, decido ir por la carretera general para admirar el fascinante resultado de la erupción de Timanfaya. Los rayos del sol y las nubes juguetean con los volcanes, consiguiendo un colorido que nunca dejará de sorprenderme. Parece increíble que los habitantes de esta zona de la isla supieran sacar provecho de las aparentemente inertes tierras que dejó la lava a su paso. Dejando a mi derecha el pueblecito de Yaiza, me percato, una vez más, de cuán cuidado está y cómo resplandecen sus casitas blancas en contraste con la oscura tierra volcánica.
Por desgracia, termina mi estancia en Lanzarote, maravillosa y soprendente isla, capricho de la naturaleza más salvaje, que siempre me envuelve con su magia y que jamás me cansaré de visitar.