Alfredo Martínez
A diez metros de la brisa marinera de la bahía de Arrecife. A la sombrita. Con un quinto de cerveza o un vaso de vino entre la mano y el buche. Un hervidero lúdico se sitúa todas las mañanas y tardes en el chiringuito del antiguo Parador de turismo de la capital lanzaroteña. El dominó y la baraja invitan al paseo y el encuentro con amigos y conocidos. Bien ganado que se lo tienen.
Ríen, discuten decisiones erróneas del compañero, celebran los cierres de partida y hablan de ésto y aquello. Reparten las fichas o las cartas. Se toman cada movimiento, esto es, cada decisión, con la paciente sabiduría que ha dado los años. No están solos. Alrededor de una mesa de cuatro, siempre, siempre, aparecerá un comentarista-entrenador, o dos o tres, que hacen pequeño a Andrés Montes-Luis Aragonés: «Ésa no», «juega el doble uno y cierras», «arrastra», «achícate», «yo hubiera jugado el chilasquillo»… Rara vez juegan. Sólo comentan, pero qué sería de un dominó o una ronda sin estos comentaristas, algo así como una ensalada sin aliño. Las fichas, los naipes, la compañía y las viejas historias. El caso es que engancha el entretenimiento y explica su fidelidad al espacio y a la felicidad del hostelero: «De 9 a 1 y de 4 y media a 8…no fallan», dice.
Como para ausentarse. Brisa fresca, vistas espectaculares de la majestuosa bahía, cerveza y vino económicos, amigos y diversión. «Mucho trabajé, mucho ahorré, mucho crié y ya estoy tranquilo para mí y mis partiditas, mis vinitos, las roscas y el queso…y luego paseo con mi mujer y los nietos», me cuenta un señor. «Y el trabajo, ¿acaso lo añora?», le pregunto. «Tú tas bobo», responde sin necesidad de añadir explicación alguna a tan obvia sentencia.