Orlando Ortega, propietario de Lilium Gastropub
El pasado sábado día 18 de abril tuve la ocasión de disfrutar de una de las catas de vinos más interesantes de mi vida. Las bodegas El Grifo me propusieron organizar algún evento en el restaurante donde trabajo y yo pensé enseguida en sus malvasías dulces, tesoros que la longeva bodega posee y trata como lo que son: reliquias de un pasado que enaltece a la historia vitivinícola de ésta nuestra maravillosa Lanzarote.
Al evento no acudieron más que diecisiete personas, cosa que extrañó, aunque bien pensado no espero que todos entiendan lo que yo amo. La cata fue dirigida por el enólogo del Grifo, Tomás Guanche, un chico que asombra por su juventud y talento. Le acompañó la jefa de ventas de la bodega, Bedelia Felipe que encantó con su saber estar, ayudando incluso a traducir al inglés la cata. Al comienzo y después de unas palabras de quien escribe procedimos a catar los primeros vinos: malvasía 2008, el jovencito del evento, muy franco en aromas típicos de la variedad y amable en sabor.
A continuación siguió el malvasía de 1997, éste ya con crianza en barrica y bastante sorprendente, lo suficiente como para lograr entrever ya lo que nos esperaba. Siguió un Canari, el último que ha elaborado la bodega y que todavía no se ha empezado a comercializar. Este vino es una mezcla (Coupage) de los vinos de 1997 y 1956, auténticamente extraordinario y diferente a todo lo que las bodegas en Lanzarote acostumbran a enseñar. Continuamos ya con el malvasía del año 1956. Sin palabras, todo un espectáculo comprobar que este vino continúe vivo desde hace cincuenta y tres años y que tenga esa potencia aromática tan peculiar en estos vinos y esa densidad característica sólo de los grandes vinos dulces que en el mundo hay. A esta altura de la cata la verdad es que el tiempo había sido el gran ausente de la velada ya que pasó entre halagos y susurros de admiración por esos vinos que estábamos probando sin darnos cuentas de que estaba ahí.
Y llegó como quién ve llegar a un amigo del pasado, de pronto, por sorpresa… nadie se esperaba que un vino del año 1881 fuera el que sin lugar a dudas y después de tantas joyas el que más color e intensidad tuviera de todos. Cosa lógica quizás en un vino de crianza reductiva pero no en uno con este tipo de crianza donde el oxígeno pide permiso para traspasar el roble y conferir a estos vinos sus característicos aromas ajerezados, sin duda no hay palabras por parte mía de poder describir este gran vino ya que mis conocimientos son muy limitados pero sólo diré que es lo mejor que he tenido la gran suerte de beber y sentir. Y digo bien, sentir, porque estos vinos, como en todos los grandes momentos en nuestras vidas, se sienten y se recuerdan con el corazón. Espero que algún día bodegas el Grifo tenga el buen gusto de enmarcar de esta manera sus vinos para así quizás yo también los pueda disfrutar sentado como mis clientes.