Aurelio Méndez
Dos amigos y yo hicimos hace unos años (más de los que quisiera reconocer) una excursión-aventura a pie desde Arrecife a Papagayo. Decidimos bordear al máximo la costa, por muy abrupta que fuera, para disfrutar de la emoción que supone no saber qué te vas a encontrar después de cada roca. Salimos de la capital hacia las nueve de la mañana de un sábado caluroso, llegando con verdadera soltura a Playa Honda primero y Puerto del Carmen después. Allí hicimos una parada técnica para comernos los bocadillos que llevábamos preparados y darnos un primer chapuzón. Compramos, además, un camping gas que nos faltaba y hacia las tres de la tarde salimos hacia el sur.
Sobre las siete llegamos a Playa Quemada (recuerden, hay que bordear la costa, no vale tomar atajos) y decidimos acampar a las afueras del pueblo. Montamos la tienda, una pequeña hoguera y nos hicimos unas papas con las brasas y algo enlatado que llevábamos. Dormimos lo que pudimos y a las seis de la mañana un perro olisqueando las mochilas nos despertó. Como lo vimos desvalido, lo adoptamos y se vino con nosotros el resto del camino. Había que darle un nombre, así que le pusimos Mocho por razones no confesables.
Siguiendo con las estrictas normas, bordeamos toda la costa hasta los Ajaches. Es una serpiente muy abrupta que a veces exige mojarse los pies e incluso la cintura, aunque en determinados tramos se hace imposible y hay que escalar un poco para volver a bajar más tarde. Encontramos una tortuga muerta que fue motivo de regocijo especialmente para mí, porque aunque parezca un poco gore, cuando la pisé (creo que es común en todos los humanos: tocar con un palo o pisar otro ser vivo muerto por si resucita) desparramó una carga espectacular de gusanos que llevaba dentro y uno de mis acompañantes devolvió al mar todo el desayuno. En aquella época, he de reconocer, me moría de la risa… Mentira. Todavía lo pienso y me descojono.
Teníamos a otros amigos esperándonos en Papagayo acampados, así que no nos bañamos en medio del camino, cosa que es muy recomendable, por otro lado, siempre que se tomen las medidas oportunas, ya que hay mucha corriente y está plagado de erizos. Sobre las dos de la tarde llegamos los cuatro (sí, cuatro: Mocho también vino con nosotros) a Playa Mujeres y empezamos una Semana Santa de ensueño que todavía hoy recuerdo con nostalgia y una sonrisa en la cara.
PD: no hubiera sido posible sin J.A., A.J.A. y M.