Texto: Ocio Lanzarote. Fotografía: Dani Stein.
CÓMO ABORDARLO: Dejar el vehículo en la salida del pueblo de Mancha Blanca en dirección a Timanfaya. DIFICULTAD: Media. DURACIÓN: Dos horas y media aproximadamente. A TENER EN CUENTA: Llevar ropa y calzado adecuado. Agua. Alguna chocolatina y bollería. Gorra y crema solar. No nos olvidemos del móvil.
En un cruce de caminos, en la carretera Mancha Blanca-Timanfaya, detectaremos sin dificultad el inicio de la ruta. Se trata de una vereda amplísima de tierra, de unos cuatro metros de ancho, desde la que, nítidamente, observaremos el destino del sendero: Caldera Blanca.
Rodeando la senda, las lenguas de colada volcánica acaparan el protagonismo visual. Será la tónica general de la jornada, que sin embargo nunca aburrirá ni resultará monótono debido a las caprichosas y variadas formas que la lava solidificada adoptará según pasen los kilómetros.
A los diez minutos de ruta tropezaremos con un cartel informativo. Estamos, quién lo dudaría, en un parque natural. En Timanfaya. En concreto, en el segmento final de las erupciones del siglo XVIII, que atendiendo a la leyenda logró intimidar, y paralizar su paso, la Virgen de los Dolores de Tinajo.
En este punto, el camino se estrecha y la tierra da paso a un empedrado volcánico, rugoso, duro. Es conveniente, pues, calzarse adecuadamente con botas especiales de senderismo. El escenario resulta de una belleza extraordinaria. El líquen verde acoplado a la roca, las higueras, los bobos y la aulaga le confieren al espectáculo volcánico un aire misterioso: Tierra de fuego en silencio.
A los tres cuartos de hora de caminata, abordaremos el trayecto de entrada a uno de los conos montañosos de la ruta. Se trata de Montaña Caldereta. Una inmensa boca nos acerca a la ancha caldera. En buen momento llega. Tiempo de descanso y de disfrute contemplativo guarecidos en unas pequeñas chozas de piedra natural construidas por los cabreros de la zona.
El sendero continúa en la búsqueda del acceso a Caldera Blanca. Entre montañas atravesaremos una de las franjas más impactantes de la ruta. Bellísimas figuras de lava que la erosión ha logrado esculpir que parecen gigantes pedruscos de olivina, gracias a la riqueza de vegetación que se posa sobre éstas.
A la hora de paseo nos enfrentamos a la suave pendiente de ascenso que guiará nuestros pasos a Caldera Blanca. Momentos previos a su ascenso definitivo vale la pena mirar al norte de la isla. Apreciaremos un manto kilométrico de lava que inunda todo este espacio y se detecta su cansino andar, que interrumpió su conquista en las faldas de lo que hoy es Mancha Blanca. En días despejados, logramos identificar el risco de Famara, La Graciosa y Montaña Clara. Una mezcolanza de postales de una riqueza visual envidiable.
Alcanzamos la cima de Caldera Blanca. En ningún momento pudimos sospechar su majestuosa estampa. Tremenda caldera. Sus tonalidades diferentes, blanco, ocre, rojizo, verde; la proliferación de aulagas que salpican su estructura; el viento imperante; el portentoso silencio; la variedad de vistas… Su anillo invita a ser rodeado para capturar instantes y visiones diferentes. «El mejor sendero que he hecho en Lanzarote», dice taxativo nuestro acompañante de hoy, cuyas piernas han recorrido buena parte de la geografía insular. «El mejor, el mejor, ¿eh?», insiste. «Oye, puede ser», respondemos.
Nota: Ocio Lanzarote agradece el trabajo fotográfico de Dani Stein que ilustra esta entrada informativa. Sus fotos.
Para antes y después: De cara a reponer fuerzas después del pateo tenemos algunas opciones: a unos pocos kilómetros de Mancha Blanca se encuentra Monumento al Campesino, el restaurante Las Cadenas en La Vegueta o Caserío de Mozaga. Si quedaron prendados de la belleza paisajística del parque natural de Los Volcanes, tienen otro punto de contemplación en El Chupadero de La Geria.