Por Félix Delgado
La cultura de Lanzarote, en los últimos años, gracias a la gran afluencia turística y al amplio despliegue de los medios de comunicación, se ha ido incorporando a los ritmos y costumbres del mundo occidental.
Además, los grandes movimientos migratorios también han enriquecido nuestros hábitos y modos de pensar con los propios de otros lugares y enclaves. Nosotros, a su vez, hemos terminado de construir algunas costumbres y tradiciones que son muy atrayentes para el visitante. Ellas, en cierta manera, reflejan nuestro modo de ser: nuestra relación con el territorio, la economía o la sociedad de la isla.
Lanzarote está muy marcada por su territorio. Una orografía suave, castigada por las erupciones volcánicas o la carencia de precipitaciones, y la inmensidad del mar. Un espacio rudo y extravagante que podía haber sido solitario, pero que fue domesticado por el tesón, los conocimientos y la capacidad de innovación de los habitantes de la isla. Unas personas que se dedicaron, durante muchas generaciones, a la agricultura, la pesca, la ganadería o la artesanía y que tejieron toda una red de costumbres y tradiciones para subsistir. Más detalles.
Agricultores que todavía nos muestran el valor de las finas capas de arena negra o de jable para potenciar la fertilidad de los terrenos. La conveniencia de erigir abrigos de piedra para preservar las plantaciones del fuerte viento reinante. Las posibilidades y cuidados que requieren las diversas semillas y cultivos como la batata y la papa, los cereales y legumbres, la cochinilla, o las parras de uva que se extienden por parajes tan estremecedores como la Geria. Así como la existencia de tareas que año tras año salpican el calendario y la necesidad de irse dotando de útiles adecuados. El museo agrícola El Patio resulta un espacio cultural ideal para complementar la curiosidad sobre el tema.
Gentes de la mar que todavía se afanan en descubrir la ubicación de las diferentes especies marinas y que suelen marcar y guardar celosamente estos pesqueros. Que conocen las posibilidades de las pequeñas embarcaciones o de los barcos mayores, de las diversas artes o aparejos que tienen para pescar. Que nos muestran con agrado su singular maestría en el uso de la caña, liña, nasa, trasmallo, palangre o chinchorro y que siguen favoreciendo al comercio con pescados y mariscos frescos.
Ganaderos y pastores de ovejas o cabras que recorrieron incesantemente la isla en pos de las reservas de agua o de los manchones de hierba y que posteriormente comenzaron a estabular el ganado. Personas que custodian celosamente sus animales, suelen marcarlos y hasta ponerles nombre, y que los aprovechan integralmente extrayéndoles todas las piezas de carne posibles y elaborando diversos derivados como el queso.
Por último, toda una gama de artesanos que fue realizando los útiles necesarios para el desarrollo económico y social de los habitantes de la isla. Canteros, pedreros o caleros que ayudaron a dibujar paisajes y arquitecturas. Carpinteros o herreros que se complementaban en la elaboración de embarcaciones o aperos de labranza. Amas de casa que para completar el sustento confeccionaban trabajos de palmito, rosetas, o cerámica. Todavía se pueden visitar sus talleres, adscritos muchas veces a la vivienda familiar, y comprar sus obras en los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo Insular o en los Mercadillos populares.
Unos hábitos y costumbres que, además de anclarse en las diversas actividades profesionales, también tenían su eco en la vida cotidiana. Así, por ejemplo, la isla desértica conllevó un respeto al agua y a su ahorro, prohibiendo el malgasto y abonando su reutilización, que afortunadamente todavía se puede contemplar en la isla (más detalles). Por otra parte, los productos del mar y del campo fueron una gran paleta de colores para nuestra variada gastronomía y todavía nos acercan a una cultura: a la unión del lanzaroteño con su historia y su territorio.
Una gastronomía con elementos singulares como las papas arrugadas, el queso, la salsa conocida como “mojo” que puede tener sabor a cilantro o pimentón, o el grano tostado y molido que en Canarias hemos bautizado como gofio. Con platos típicos como las sartenadas de lapas, la ropa vieja, el caldo de pescado, los tollos, la carne de baifo (cabrito) y de cabra, o el sancocho que es una especie de cazuela de cherne en salazón con papas y batata. Postres austeros pero muy sabrosos como los roscos, truchas o torrijas y toda una amplia gama de vinos que cuenta con su particular denominación de origen. Para degustar el universo gastronómico de Lanzarote, la mejor opción la encontramos en Monumento al Campesino. Los diversos caldos lanzaroteños pueden resultar otra posibilidad de acercamiento cultural a través de esta ruta de vinos o la visita al histórico museo El Grifo.
Para finalizar cabe remarcarse la importancia de las tradiciones que surgen como respuesta a necesidades de tipo social o religioso. Así, por ejemplo, la presencia de diversas creencias que se nos muestran con gran evidencia durante las fiestas. O la existencia de un folclore popular, rico y variado, que recoge muchas de las costumbres de la isla.
Un folclore repleto de romances y coplas populares almacenadas en varios repertorios muy recomendables o singularizadas en figuras como la del salinero Víctor Fernández Gopar. Ranchos de pascua como el de Teguise que pueden contemplarse en las navidades de La Villa o parrandas marineras como Los Buches que atemorizan al viandante durante los carnavales de Arrecife. Agrupaciones de folclore tradicional que tienen un cancionero variado de ritmos y tonos a base de isas, folías, polcas y malagueñas y que nos pueden deleitar en grandes festivales o en celebraciones particulares.
Como colofón resultan muy recomendables las diferentes fiestas que salpican el calendario laboral. Muchas de éstas hay que entenderlas como un fenómeno religioso, pero también como una manifestación social y lúdica. Actualmente, la que más arraigo tiene es la que se celebra cada 15 de septiembre en Mancha Blanca (Tinajo) en honor a la Virgen de los Dolores o de los Volcanes, patrona de la isla. La otra gran fiesta insular son los carnavales, celebrados casi siempre en el mes de febrero, y donde destaca el de Arrecife. Otras conmemoraciones importantes son las patronales la capital lanzaroteña en honor a San Ginés Obispo en agosto; las de San Juan el 23 de junio; las que se hacen en honor a la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, a mediados de julio; los Remedios en Yaiza o la peregrinación y romería a la ermita de las Nieves, en los altos de Famara, a principios de septiembre.
Si desea conocer los principales eventos tradicionales que se desarrollan actualmente y a lo largo del año en la isla, puede acceder a ellos haciendo click en este enlace.